Hace unos días soñé con este post. En el sueño, me preguntaba cómo se podía escribir el fuego. Hay diversas aristas: escribir el fuego, por el fuego, desde el fuego, sobre el fuego. Cathy Caruth diría que no es lo mismo escribir trauma que escribir sobre el trauma. Entonces, ¿qué es lo que se consume cuando escogemos uno u otro? ¿Qué es lo que desechamos al escoger aquello que más conviene? Si escribo uno, ¿debo evitar nombrar a los otros?
También soñé que hacía un collage muy específico para acompañar este post. Una foto en blanco y negro. Una llama pintada por mí superpuesta en la fotografía. Solo eso. Me tomó varios días hacer las dos cosas. Todo a su tiempo, lento.
Escribir el fuego requiere paciencia. No sólo debemos ver «aquello» arder, sino que tenemos que estar preparados para las consecuencias. Escribir es un impulso, pero el fuego es una decisión.
Octavio Paz asociaba al fuego con las llamas del deseo. Para él, el calor estaba asociado con los estragos que produce la pasión: «El fuego, que destruye al cuerpo, también lo anima y lo convierte en cenizas deseantes.» Juan Gelman escribió en un poema: «Prometeo nunca dijo cómo se roba el fuego». Chantal Maillard dijo en otro: «Todas las llamas son el mismo fuego.» Podríamos reflexionar, entonces: ¿En qué tipo de fuego pensamos cuando escribimos? ¿Qué deseamos más allá de la palabra? ¿Cómo podemos plasmar esas llamas que al pensarlas arrasan con todo?
En mi sueño sólo hubo preguntas y un impulso por escribir este post. Quizá el ejercicio sea ese, pensar en el fuego e intentar escribirlo desde sus distintas aristas. Dejar que nos queme un pensamiento sin tenerle miedo a su dolor.
Bienvenida, Oriette, me alegro de verte por aquí! Te leo!